jueves, 14 de enero de 2016

Castigos y premios a los niños. Ni mucho ni poco

Los castigos y premios deben administrarse a los niños con cuidado; no pecar de exceso, pero tampoco de defecto. Tan malo es regañar y castigar constantemente a los hijos, como darle regalos constantemente ante cualquier conducta.
Antiguamente, de forma mayoritaria, la educación de los niños se basaba en la idea de que “la buena conducta es lo mínimo que se puede esperar y la mala debe ser castigada”, lo que significa que se tenía un concepto punitivo, basado en el castigo, de la misma.
De un tiempo a esta parte predomina la tendencia contraria, conocida como “educar en positivo”. Ésta consiste en no basarse en el castigo como único condicionante para educar, sino en el refuerzo positivo, es decir, en premiar la buena conducta.

Castigar a los niños en exceso

Muchos padres caen en un error: no castigar nunca y premiar demasiado al niño. Educar en positivo no significa que no exista el castigo; este sí debe existir, como forma de penalizar las conductas negativas en los niños, siempre explicando por qué está mal lo que ha hecho, y el porqué de su castigo, tratando de que éste sea una actividad constructiva: levantarse antes si ha llegado tarde al cole, realizar tareas de la casa si ha faltado a la limpieza de su habitación, etc. La clave consiste en combinar el castigo de una mala conducta con el premio por una buena.

Los premios a los niños

Los premios también son algo que se debe administrar con cuidado. Si se premia cada conducta positiva del niño corremos dos riesgos: el primero es que crea que el auténtico beneficio de su conducta no es mejorar la convivencia en casa, los resultados en el colegio, etc., y lo que de ello se deriva, sino el regalo en sí.
Si un niño recibe un premio cada vez que actúa adecuadamente, terminará por no ver beneficio más allá de éste y por pensar que no merece la pena esforzarse en aquello que no va a ser premiado, cuando lo que queremos es reforzar una conducta que se haga extensiva a los demás ámbitos, en lugar de limitarla.
El segundo peligro es que los premios siempre sean materiales; hay muchas formas de premiar: con un libro, una comida especial, dejarle ver alguna película que quiera en televisión... Si todos los premios que recibe son materiales, corremos el riesgo de que el niño desarrolle un temprano materialismo y comience a infravalorar otro tipo de satisfacciones.
fuente: conmishijos.com

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